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Estambul, el imperio de los sentidos

El perfume de las especias, el viento del mar, el llamado a la oración que corta el aire desde cientos de minaretes, el olor del tabaco de los narguiles, los infinitos colores de telas y cerámicas, la delicada silueta de sus palacios, hacen de Estambul una ciudad que asalta los sentidos. Los invitamos a disfrutar de unos días de verano en la mítica ciudad que tiene un pie en Europa y otro en Asia.

La tarde cae sobre el Bósforo y lo tiñe todo de color lavanda. Una tarde de fin de verano, plácida e intensa. Desde la terraza del hotel, con una vista privilegiada de Estambul, es fácil dejarse hipnotizar por el insistente ir y venir de embarcaciones que surcan este canal de 32 km. que separa Europa de Asia.

Menos sencillo es, sin embargo, ordenar la abrumadora historia de los más de 26 siglos transcurridos desde su fundación con el nombre de Bizancio. Capital de tres imperios –Romano, Bizantino y Otomano– y también dominada por persas, atenienses, espartanos y galos, esta ciudad permite desandar su historia. Pero sobre todo, Estambul es hoy el imperio de los sentidos, un sitio donde abandonarse sin temor a la impactante variedad de estímulos que, desde cada rincón, embriagan hasta a los más experimentados viajeros.

El llamado a la oración musulmana surge como un estremecedor grito ancestral que emana de cientos de minaretes de otras tantas mezquitas y corta el aire cinco veces al día. Mientras tanto, los turistas continúan paseando su curiosidad entre ruidosas mesas de muchachos tomando cerveza, mujeres islámicas cubiertas de negro de pies a cabeza y apuradas chicas de minifalda.

Es que, más allá de sus impactantes monumentos, Estambul se revela como una ciudad deliciosa, moderna, noctámbula y divertida. Amigable para transitar, perderse y dejarse llevar por los sentidos; ideal para sentarse en las veredas, donde todos se reúnen en torno a una mesa de café o un narguile.

Para esto, el sitio perfecto es el bellísimo barrio de Ortaköy, a los pies del puente del Bósforo, a orillas del mar. Después de recorrer sus calles y tiendas de diseño, lo mejor es elegir alguna de sus terrazas para comer con vista al mar y a la bella mezquita que parece flotar sobre el agua.

La plaza de Taksim y la calle Istiklal son otros sitios ideales para terminar el día recorriendo tiendas y eligiendo algún bar o restaurante.

En el barrio de Gálata, con su emblemática torre, sus calles empinadas y su curioso puente, conviven los vehículos con los pescadores y, en la parte inferior, varios restaurantes. Desde este puente, que atraviesa el Cuerno de Oro –una ría formada por el mar de Mármara– se divisa en todo su esplendor la delicada silueta de la Ciudad Antigua. Hacia allá vamos, con los sentidos alertas.

LA MEZQUITA Y SUS AZULES.

Entre las más de 2.000 mezquitas que elevan sus minaretes sobre la línea trémula del mar, la mezquita del sultán Ahmet –más conocida como mezquita Azul– es la más grande y fastuosa de Estambul. Su imponente perfil es referencia ineludible del paisaje de la ciudad. Fue levantada entre 1609 y 1616, como casi todas las mezquitas en siete años, plazo considerado auspicioso por su analogía con los siete días que le tomó a Dios crear el mundo.

El interior es imponente, desde su enorme cúpula central, hasta los delicados azulejos de Iznik –más de 20 mil– en los cuales brilla entre flores rojas, el azul que da su nombre al templo. Tanto la luz que se filtra por las 260 ventanas hasta la serpenteante caligrafía dorada que corona sus columnas, como las lámparas bajas que antes sostenían miles de velas, hacen que la estructura se agigante aún más.

Afuera, un bello jardín con fuentes invita a tomarse las mejores fotos y a llegar hasta Santa Sofía.

SANTA SOFIA.

Su fachada es una de las postales de la ciudad. En Santa Sofía el peso de la historia resulta ineludible. La impresionante construcción levantada entre los años 532 y 537 fue la antigua basílica patriarcal de los cristianos ortodoxos, luego iglesia católica y después transformada en mezquita por los otomanos, como símbolo de su conquista de la ciudad. Por último, en 1935, fue convertida por Kemal Atatürk en un museo.

Tras sobreponerse al impacto de su cúpula de 30 m. de diámetro y a la narración de los interminables datos de interés histórico, también aquí hay espacio para entregarse al imperio de los sentidos. Es que en el interior se aprecian deslumbrantes mosaicos bizantinos, varios de ellos en la planta superior, que interpelan a los viajeros por su belleza y la perfección de las imágenes que trazan los minúsculos mosaicos, con sus dorados que resplandecen en la media luz del templo.

Cerca de allí vale la pena visitar el Hipódromo romano (330 d.C.), el Palacio Topkapi, sede administrativa del Imperio Otomano y la Cisterna de Justiniano.

EL BAZAR DE LAS ESPECIAS.

Estamos prevenidos. Si algún asalto a los sentidos esperábamos en Estambul, era en sus mercados. Así, preparados, nos disponemos a visitar primero al más pequeño, el Bazar de las Especias o Bazar Egipcio, justo frente al puente de Gálata. En su planta en forma de L se disponen unas 80 tiendas donde, a primera vista, resaltan por su colorido las prolijas montañas de comino, menta, azafrán, pimentón y de otras especias locales, como el zataar o el sumac. Conviene hacer un recorrido veloz para ubicarse y luego elegir algún comerciante amable –abundan– dispuesto a dejarnos oler, probar y preguntar detalles. La embriagadora invasión de perfumes permite comprender fácilmente el fervor que despertaban hace siglos las especias.

Hechas las primeras compras, es posible dedicarse a los dulces, comenzando por los baklavas, empapados de almíbar y rebosantes de frutos secos; y el halvá, de sésamo y pistachos, padre de nuestro mantecol. Incontables variedades de tés, pistachos rosados y deliciosos quesos de cabra: todo esto y mucho más se puede llevar a casa envasado al vacío, en paquetes preparados para pasar las fronteras sin problemas.

EL GRAN FINAL, EL GRAN BAZAR.

Impactante por su magnitud y su historia, pero también por su belleza arquitectónica y su colorido –que otra vez desafía nuestros sentidos– el Gran Bazar es la Meca de todo amante de las compras. En sus 80 calles se disponen unas 3.500 tiendas que, antiguamente, se organizaban de acuerdo al rubro: cueros, oro, telas, madera, cerámica, zapatos, lámparas y mucho más.

Hoy el Gran Bazar es el sitio ideal para comprar souvenirs y entrenarse en el difícil arte del regateo: se destacan los típicos ojos azules que protegen contra la envidia, las cerámicas, lámparas, prendas de cuero de colores brillantes y bellísimos narguiles –las tradicionales pipas de agua–.

Pero por sobre todo, el Gran Bazar es un espacio donde se multiplican los colores, sorprende el brillo intenso de los cueros, las tonalidades impensadas de las cerámicas, la infinita gama de las telas, el arco iris de los zapatos bordados: todo parece desplegar una paleta imposible de abarcar.

En Estambul es recomendable dedicar una mañana a navegar las azules aguas del Bósforo, ese estrecho del que parece emanar buena parte de la magia de esta ciudad. El paseo en barco –sol tibio, viento en la cara– vuelve a ganarle a los sentidos mientras se aprecia la ciudad desde uno de sus ángulos más bellos. Ante los ojos de los viajeros desfilan las mezquitas, palacios, marinas, clubes y lujosas residencias de empresarios y políticos que bordean el estrecho.

LAS DELICIAS DEL BOSFORO

En Estambul es recomendable dedicar una mañana a navegar las azules aguas del Bósforo, ese estrecho del que parece emanar buena parte de la magia de esta ciudad. El paseo en barco -sol tibio, viento en la cara- vuelve a ganarle a los sentidos mientras se aprecia la ciudad desde uno de sus ángulos más bellos. Ante los ojos de los viajeros desfilan las mezquitas, palacios, marinas, clubes y lujosas residencias de empresarios y políticos que bordean el estrecho.

 

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