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¿Qué hacer en Estambul, la ciudad de los dos continentes?

Repasamos 10 rincones ineludibles de Estambul, una urbe que destella de atractivos e historia por levantarse en un sitio estratégico: entre Europa y Asia.

Recostada sobre un bello paisaje, justo donde Europa se encuentra con Asia y donde por siglos las culturas más poderosas han establecido sus sucesivas capitales, Estambul (Turquía) es una ciudad deslumbrante.

Fundada como colonia griega con el nombre de Bizancio en el siglo VI a. C., fue dominio de persas, atenienses, espartanos y galos; y capital de los imperios romano, bizantino y otomano. Mezquitas, palacios, mercados, calles repletas de encanto y la posibilidad de asomarse a los fascinantes misterios de Oriente, esta ciudad tiene mucho que ofrecer a los viajeros.

Aquí les proponemos recorrer algunos de sus atractivos imperdibles y disfrutar sus deslumbrantes postales de dos continentes.

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Navegar el Bósforo.

Para apreciar Estambul en todo su esplendor es recomendable hacer un paseo en barco por el Bósforo. Desde las aguas azules del estrecho se aprecia la gran belleza de las siluetas de las mezquitas, palacios, marinas y lujosas residencias de empresarios y políticos que bordean el estrecho.

En barco se puede navegar desde Europa hasta Asia. Una buena opción es llegar hasta el barrio de Tarabya, famoso por sus restaurantes especializados en pescado y frutos de mar, y dejarse seducir por un fresquísimo pescado a la parrilla.

Visitar Santa Sofía.

Su fachada es una de las postales de la ciudad. La construcción del impresionante edificio de Santa Sofía comenzó en 532. Primero fue la antigua basílica patriarcal de los cristianos ortodoxos, luego iglesia católica y por último transformada en mezquita por los otomanos, como símbolo de su conquista de la ciudad. Finalmente, en 1935, fue convertida por Kemal Atatürk en un museo.

Deslumbran su cúpula de 30 m. de diámetro, la enorme sala principal (70 m. por 74 m.), las altas columnas y los enormes medallones decorativos; así como los mosaicos bizantinos, varios de ellos en la planta superior.

Conocer la Mezquita Azul.

Entre las más de 2.000 mezquitas que elevan sus minaretes sobre el horizonte de Estambul, la mezquita Azul es la más grande y fastuosa.

Se llama en realidad Mezquita Sultán Ahmet (responsable de su construcción entre 1609 y 1616) y su imponente perfil es marca registrada de la ciudad y referencia ineludible en su paisaje.

Ubicada frente a Santa Sofía, separada de ella por un bello jardín, destaca la silueta de la mezquita Azul. Fue levantada entre los años 1609 y 1616, como casi todas las mezquitas en siete años, plazo considerado auspicioso por su analogía con los siete días que le tomó a Dios crear el mundo.

Se trata de la mayor de Estambul, con una enorme cúpula central (43 m. de altura y 23 de diámetro). En su silueta destacan los seis minaretes característicos (es la única en la ciudad con esa cantidad). Cuando el templo fue construido, apenas la mezquita de La Meca contaba con tal número, por lo cual tanto el sultán Ahmet como el arquitecto a cargo de la obra, Sedefkar Mehmet Agha, fueron fuertemente criticados por osar igualarla.

El interior es imponente, con destaque para los delicados azulejos de Iznik –más de 20 mil– en los cuales brilla entre flores rojas, el destacado azul que da su nombre al templo. Tanto la luz que se filtra por las 260 ventanas como la serpenteante caligrafía dorada que corona sus columnas, como las lámparas bajas que antes sostenían miles de velas, hacen que la estructura se agigante aún más.

Llegar hasta el Palacio Topkapi.

Para dimensionar el poder alcanzado por el imperio Otomano, conviene hacer una visita al Palacio Topkapi, desde el cual los sultanes gobernaron su imperio hasta mitad del siglo XIX.

Inaugurado en 1465, en 1856 el Sultán Abdulmecid fijó allí su residencia, y durante las décadas siguientes los sucesivos gobernantes lo ampliaron y reformaron.

En sus 700.000 m² el palacio dispone hoy de varios edificios y patios que se suceden. Destacan el Tesoro, con objetos como el puñal Topkapi (de oro y esmeraldas, considerado el arma más valiosa del mundo), y uno de los diamantes más valiosos del mundo, con 84 quilates; y el Harén, donde residía el Sultán con su familia y sus hasta 800 mujeres.

Comprar recuerdos en el Gran Bazar.

Un paseo imperdible para quien visita Estambul son sus fascinantes mercados, con aires orientales. El viajero debe dedicar algunas horas a recorrer el Gran Bazar, donde podrá encontrar algunos de los souvenirs típicos y hacer muy buenas compras. Aquí también podrá iniciarse en el arte del regateo, siempre vigente en estas latitudes.

En Estambul el Gran Bazar es uno de los mercados más grandes y antiguos del mundo. Su historia se remonta al año 1455. En la actualidad despliega unas 5.000 tiendas en 60 calles que ocupan 45 mil m² a las que se accede por 22 puertas. Es visitado por entre 300 mil y 500 mil personas cada día y unas 20 mil personas trabajan en el mercado.

Allí se levantan dos mezquitas, cuatro fuentes, dos hamam (baños turcos), bares y restaurantes.

Comer en el Bazar de las Especias.

Más pequeño que el Gran Bazar, el Bazar de las Especias o Bazar Egipcio, se disponen unas 80 tiendas donde, a primera vista, resaltan por su colorido las prolijas montañas de comino, menta, azafrán, pimentón y de otras especias locales, como el zataar o el sumac.

Hechas las primeras compras, es posible dedicarse a los dulces, comenzando por los baklavas (hojaldres con frutos secos empapados en almíbar) rebosantes de frutos secos. Otro imperdible es el halvá, de sésamo y pistachos, versión adaptada a ingredientes locales por el inmigrante griego Miguel Nomikos Georgalos. También se destacan los lukum, típico souvenir también conocido como “delicia turca”; y enormes turrones –antecesores de los ibéricos– en infinitas variedades.

Incontables blends de tés, pistachos rosados y deliciosos quesos de cabra: todo esto y mucho más se puede llevar a casa envasado al vacío, en paquetes preparados para pasar las fronteras sin problemas.

Descubrir qué encierra la Cisterna Basílica.

Bajo tierra, Estambul guarda un interesante secreto: tiene unas 60 cisternas. Esta red fue pensada para proteger a la ciudad en caso de escasez de agua, invasión o guerra.

Entre ellas, destaca la visita a la Cisterna Basílica o Cisterna de Justiniano, un respiro fresco y silencioso en medio de las alborotadas calles donde vendedores de souvenirs compiten por la atención de los viajeros con el tentador aroma del maíz asado y las castañas.

Además, el lugar es un imperdible para los fans de Dan Brown, ya que allí se rodó el final de la película Inferno.

En los 9.800 m² del depósito de agua se aprecian 336 columnas extraídas de diferentes templos y utilizadas para su construcción. Algunas llaman particularmente la atención, como las que tienen en su base dos enormes cabezas de Medusa de origen desconocido. La tradición cuenta que los bloques se trajeron de algún edificio de finales del período romano y que se colocaron boca abajo para anular los poderes de la mirada de la mitológica criatura.

Conocer los monumentos del hipódromo de Constantinopla.

El Hipódromo de Constantinopla (330 d.C.) fue el centro deportivo y social de la capital del Imperio Bizantino. Convertido en la actualidad en la plaza Sultanahmet, allí se aprecian tres importantes monumentos que llegaron hasta aquí desde lejanos rincones del Imperio.

La primera de ellas es una columna del templo de Apolo en Delfos (479 a.C.), construida para celebrar la victoria de griegos contra persas en las Guerras Médicas (S. V a.C.). Su parte superior destacaba por una bola dorada sostenida por tres cabezas de serpiente que fue destruida durante la Cuarta Cruzada.

El segundo de los monumentos es un obelisco egipcio del templo de Karnak (S. XV a.C.), traído por el emperador Teodosio El Grande. Tallado en granito rosado, para trasladarlo fue necesario cortarlo en tres partes. Originalmente tenía una altura de 30 m. de los cuales hoy se conservan 18,54 m.

Finalmente, en el Siglo X el emperador Constantino VII construyó otro obelisco en el extremo opuesto del Hipódromo. Originalmente recubierto de broce, las placas doradas fueron también saqueadas durante la Cuarta Cruzada, por lo cual hoy se aprecian apenas los bloques de piedra.

Cenar en la Torre Doncella.

También conocida como Torre de Leandro, la Torre Doncella es un elegante palacete que se levanta en medio del mar a unos 200 m. de la orilla asiática. Dicen que la primera construcción sobre esta zona rocosa justo en la entrada del Bósforo se remontó al siglo V a.C. Más tarde sirvió de faro, para sujetar cadenas que controlaban el paso por el estrecho, aduana y cuartel de la marina.

Su bella silueta está rodeada de varias leyendas, entre ellas la que sostiene que un emperador bizantino encerró en la torre a su hija para impedir que se cumpliera el presagio de una muerte trágica; sin embargo en una canasta de frutas que le hicieron llegar se coló una serpiente que terminó por picarla y concretar la profecía.

En la actualidad, funciona un refinado restaurante al que se llega, claro, solamente en barco.

Recorrer el Palacio de Dolmabahçe, hoy museo.

Construido entre 1843 y 1856 sustituyó al Palacio Topkapi como residencia de los sultanes desde 1856 hasta 1924, año en que se abolió el califato.

Mezcla de estilos occidentales barroco, rococó, neoclásico y tradicional otomano, tiene una fachada de más de 600 m. y una superficie de 15 mil m2, lo cual lo convierte en el edificio más grande del país, con 285 habitaciones, 43 salas, 68 baños y 6 baños turcos.

Desde 1984 funciona como museo. Allí pueden visitarse los salones oficiales, entre los que destaca el Salón del Trono, con 2.000 m2 y 36 m. de altura, adornado por 56 columnas y la araña más grande del palacio. También es de gran belleza la Escalera de Cristal. Finalmente, el Harén comprende las dependencias privadas del sultán y su familia.

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