Crema de cassis, sidra y Calvados (para aromatizar) es la receta del famoso kir normando, un trago que vale la pena repetir tantas veces como sea posible a lo largo de este viaje, brindando por la buenaventura de pasear por una de las más bellas regiones francesas. Desde los jardines impresionistas de Giverny hasta el increíble Mont Saint-Michel, las variables del destino son tantas y tan atractivas que cualquier itinerario trazado sobre el mapa de Normandía tiene su recompensa.
Desembarco en tierras fascinantes
LOS JARDINES DE MONET.
A principios de la década de 1880, Claude Monet estaba en la búsqueda de un gran hogar para toda su familia. Durante sus travesías de París a Rouen, desde el tren descubrió una casona con espacio suficiente para su esposa Alice, los ocho niños a su cuidado y, eventualmente, para materializar los jardines que mantendrían inspirado su genio creativo por años. Durante siete años alquiló la propiedad, pero una vez que su fama creció y hubo realizado unas buenas ventas en Estados Unidos, no dudo en comprarla. Este fue el comienzo de los famosos Jardines de Giverny, distantes apenas 75 km. de la Ciudad Luz.
Laura, nuestra guía, cuenta que Michel Monet, hijo de Claude, donó la propiedad a la Académie des Beaux-Arts en 1966. Recién en 1980 abrió al público. “La idea es mantener la atmósfera tal como en los tiempos del artista. Contamos con 10 jardineros que trabajan todo el año”, nos cuenta.
Para llegar al jardín acuático es necesario atravesar un túnel. ¿Por qué? Es que por arriba pasa una carretera, que hoy ocupa el tramo que el ferrocarril recorría antaño. Tras ascender las escaleras basta con otear el puente japonés para sentir dentro las reverberaciones de aquellas famosas postales de Monet.
Todo parece igual… o quizás no tanto. La filosofía del predio es que la flora fluya naturalmente, tal como en el pasado, y por eso los nenúfares no están: simplemente no es su época de florecimiento. De hecho, Monet hubo de pedir permiso para desviar un arroyo y así conformar su paisaje idílico.
La otra área, el jardín normando, frente a la casa, también fue creada por Monet, quien estudió jardinería para elegir sus flores de acuerdo a lo que quería retratar. Allí se diseminan hileras de tulipanes y una serie de parches, cada uno con flores de distintos colores. Laura nos avisa que mayo y junio son las mejores épocas para ver todo florecido.
El interior de la casona también guarda celosa fidelidad a la época de su antiguo morador. Se pintó tal como era, y se dispusieron los muebles y la decoración original en sus correspondientes sitios. Así conocemos el primer estudio, que daba al oeste, y también el que luego instaló apuntando al norte, para obtener la mejor luz. En su cuarto se exhiben las obras que le regalaban sus amigos, incluyendo un Caillebotte sobre la cabecera de la cama.
El comedor, de un amarillo vibrante, era el espacio de reunión familiar, donde el viejo Claude, como jefe del hogar, reclamaba que todos estuvieran sentados a tiempo para la cena. Su buen pasar incluso le permitió algunas extravagancias para esa época, como un refrigerador y una canilla de agua caliente en la cocina.
La visita concluye en la tienda de souvenires, mejor conocido como el “Atelier des nymphéas”, construido en 1915. En sus últimos años Monet sufría de cataratas y precisaba un espacio interno donde pintar. Justamente aquí fueron concebidas las extensas obras de vegetación acuática que hoy se exhiben panorámicamente en el museo de L’Orangerie de París.
BORDEANDO LA COSTA NORTE.
Bordear el Canal de la Mancha significa una serie de sorprendentes pueblos e hitos, en seguidilla.
En Cabourg se erige el Grand Hotel, eximio representante de esos señoriales hoteles sobre la costa, sobrecogedores y amigables a la vez. Aquí solía alojarse el escritor Marcel Proust y por ello, durante el desayuno, sentado frente mar, es menester de los huéspedes ensopar una madalena en el té, degustar sus migajas humedecidas y por un instante fantasear con la imagen más icónica de “En busca del tiempo perdido”.
Étretat se distingue por su orla curva, que concluye con una inimitable formación rocosa, conformando un paisaje de excepción que muchas veces fue materia de competencia entre los pintores Claude Monet y Courbet.
Antes de ser un enclave exclusivo para parisinos e ingleses ricachones, se trataba de una villa de pescadores. En esa transición se inscriben los jardines de L’Étretat, un paseo creado por la actriz Mme Thébaut, erigido en lo alto de la barranca que flanquea la costa, que hoy presenta un predio verde y laberíntico salpicado por esculturas contemporáneas.
Le Havre es la ciudad más grande y el puerto más concurrido de la zona. Sin el encanto naif de los pueblos aledaños, hay que enumerar varias virtudes, todas ellas contemporáneas, ya que la ciudad tuvo que levantarse de nuevo tras la destrucción provocada en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Allí se inscriben el Museo Malraux de arte impresionista (Impression Soleil Levant, obra de Monet que acuña el término “impresionismo”, fue pintada en Le Havre), un centro cultural llamado “Le Volcan” concebido por el famoso arquitecto brasileño Oscar Niemeyer y una extraña iglesia de concreto (obra de Auguste Perret) que se eleva 100 m. y está dedicada a las víctimas de la guerra.
Muy cerca, internándose por el río, está Honfleur, un puerto marítimo y fluvial delicioso, totalmente fotogénico, con su dársena de veleros, sus cafés frente al agua y su Iglesia de Sainte-Cathérine, inusual por ser totalmente de madera, ya que fue construida por marineros pobres.
LOS ECOS DE LA SEGUNDA GUERRA.
En Pointe du Hoc se puede revivir uno de los desembarcos más intrépidos producidos en la costa de Normandía durante el famoso Día D. Los alemanes no se imaginaron que las fuerzas estadounidenses se infiltrarían por una costa de altos acantilados, a tal punto que parte de la artillería había sido removida hacia otros puntos estratégicos. Una vez tomado el territorio, las torretas y bunkers fueron dinamitados, y desde aquí se emprendió una de las tantísimas misiones que eventualmente desplazaron a los invasores nazis. Allí cerca también se produjeron los desembarcos en las playas de Utah y Omaha, donde hoy se encuentra el monumento más emblemático que recuerda esas operaciones.
De manera algo menos territorial pero muy efectiva, el Cinema 360º, en Arromanches, logra a través de nueve pantallas circundantes e inmersivas transmitir la angustia de los bombardeos nazis y la épica recuperación del territorio francés.
En tanto, Sainte-Mère-Église se distingue por su iglesia del siglo XI, cuyos vitrales evocan las acciones de los soldados paracaidistas en este pueblo; y por el Airborne Museum, que repasa la historia y homenajea a estos liberadores literalmente caídos del cielo.
Siguiendo la temática, un paso inevitable es el cementerio estadounidense. Sus 10 mil tumbas de hombres caídos en enfrentamiento, muchos de ellos “solo conocidos por Dios”, ayuda a comprender por qué en un país tan celoso de su cultura, su lengua y su modo de vida, en Normandía no es nada extraño ver flamear, junto a la tricolor francesa, una bandera a barras y estrellas.
CHERBOURG FRENTE AL MAR.
“Los paraguas de Cherburgo” es una película de 1964 protagonizada por Catherine Deneuve y quizás la referencia más conocida de esta ciudad en el extremo norte normando. Y si bien por entonces no existía una fábrica de paraguas, la popularidad del film pronto instó a que se instalara esa industria.
Pero el actual y verdadero hito del destino es La Cité de la Mer, un museo creado en 2002, instalado en una vieja terminal de trenes y cuya temática es la exploración submarina. Aquí todo está presentado de manera fascinante, desde la exhibición de batiscafos, cápsulas y demás máquinas creadas por el hombre para explorar los confines subacuáticos; hasta el acuario y un recorrido imperdible por el interior de Le Redoutable, el submarino más grande del mundo apto para visitas.
A ello se sumó recientemente otra inmersiva exhibición permanente relacionada con el Titanic, donde es posible recorrer las réplicas de sus salones, así como revivir la suntuosidad y la tragedia que identifican a la embarcación. Está temática no es mero azar: no muchos saben que, tras zarpar de Southampton, el Titanic realizó una escala en Cherbourg para levantar a 200 acaudalados pasajeros franceses.
LA MARAVILLA NORMANDA.
Con su figura imponente, recortada y pegada como una estampa sobre el agua, el Mont-Saint-Michel sólo puede calificarse como una auténtica maravilla.
Este hito fortificado comenzó su historia con la instalación de un santuario en el año 709, en la punta del peñasco, tras una visión de St. Aubert, el obispo de Avranches. De allí en más, la abadía fue ganando su forma a lo largo de los siglos, siempre de arriba hacia abajo, para que las nuevas construcciones apuntalaran las más antiguas. Sitio de peregrinaje por excelencia (forma parte del Camino de Santiago), su amplia historia incluye colapsos edilicios, reconstrucciones bajo nuevos estilos y el funcionamiento como cárcel desde 1793, llegando a albergar 14 mil prisioneros, entre los que se contaban monjes reticentes a la reciente Revolución Francesa. Una de las últimas adiciones fue su cúpula, a fines del siglo XIX, con la figura de St. Michel en oro, tan llamativa como opuesta al espíritu sobrio de la mole. Si bien no se celebran casamientos ni bautismos, hoy el monasterio cumple la función de albergar a una pequeña comunidad de monjas y monjes benedictinos.
En tanto, en las faldas del peñasco, el pueblo de St.Michel consiste en una sucesión de empinadas calles de piedra, pasajes estrechos y tiendas promocionadas con carteles de madera de estilo medieval, incluyendo restaurantes y hoteles. Acceder al pueblo de St. Michel es gratis (no así la entrada a la abadía, que cuesta € 10), ya que existe un servicio de shuttles que conecta el asentamiento lindero (dominado por moteles) con la entrada.
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