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Oceanía

Un paraíso perdido en medio del Pacífico

Un joven maorí sopla el extremo de una caracola, cuyo interior espiralado retumba emitiendo un sonido grave y audible desde cientos de metros. Se trata del llamado de la Polinesia a los viajeros, invitados a redescubrir un destino de playas prístinas, aguas turquesas y una cultura tan rústica como atractiva. Este singular destino contiene una carga de exotismo y ensoñación difícil de equiparar. Es que su aislamiento geográfico, la preservación del entorno natural y la milenaria cultura maorí conforman un combo imbatible al momento de convocar a viajeros aventureros y no tanto.

La Polinesia francesa contiene una carga de exotismo y ensoñación difícil de equiparar. Es que su aislamiento geográfico, la preservación del entorno natural y la milenaria cultura maorí conforman un combo imbatible al momento de convocar a viajeros aventureros y no tanto.

En pleno corazón del océano Pacífico, la Polinesia francesa se extiende en un espacio marítimo de 4 millones de km², de los cuales sólo una milésima parte corresponde a tierra firme. Se trata de 118 islas agrupadas en cinco archipiélagos –Sociedad, Tuamotu, Gambier, Marquesas y Australes–, cada uno de carácter marcado.

Hacia el siglo III, el archipiélago de las Marquesas fue el primero en ser poblado por los polinesios, aunque sucesivamente se extendieron a otros dominios, como Hawái, la isla de Pascua y Nueva Zelanda, cuyas poblaciones comparten las mismas raíces lingüísticas y culturales. El primer contacto europeo recién se produjo en 1521, cuando el explorador portugués Fernando de Magallanes arribó a Tuamotu.

 

ISLAS ENSOÑADAS.

Debido a su desarrollo turístico, Sociedad es el archipiélago más conocido del territorio. Tahití –la mayor de las islas polinesias– alberga a Papeete, la capital administrativa, y al único aeropuerto internacional de la Polinesia francesa.

En el centro de Papeete, el mercado municipal concentra la animación de la ciudad, con sus puestos de frutas y verduras, pescados y flores. Los vendedores de artesanía presentan los productos de todos los archipiélagos, entre esculturas, joyas, pareos, vainilla e instrumentos musicales.

Separada de Tahití por un profundo brazo de mar de 17 km. y accesible por barco rápido en 40 minutos, Moorea es una isla menos habitada. Si bien puede visitarse en excursión, mucho mejor es tomarse varios días para explorar completamente sus paisajes de playas, picos volcánicos y su laguna de aguas turquesas.

La célebre Bora Bora –a la que se accede mediante avión– también despierta el imaginario de los viajeros, ofreciendo la belleza irreal de sus franjas de arena blanca, cocoteros y jardines de corales llenos de peces. Una estancia en Bora Bora es irrenunciable y puede ofrecer mucho más de lo que las postales enseñan: el interior de la isla, su historia, sus mantarrayas y la laguna, son coronados por los servicios de grandes hoteles y spas en los islotes.

Éste es el sitio ideal para pasar una noche en los famosos bungalows sobre el agua, para dormirse acunado por el chapoteo contra los pilotes, observar los peces a través de un piso de cristal y despertarse con un desayuno traído en piragua. Si dispone de algunos días más, vale la pena visitar su hermana pequeña, Maupiti, una isla en forma de corazón, salvaje y preservada.

Por otro lado, los buceadores expertos conocen a la Polinesia por sus virtudes en materia de submarinismo, con formaciones coralinas que concentran la mayor abundancia de peces del planeta. Si bien es posible sumergirse en todas las islas, los entendidos alaban las características de Rangiroa, Fakarava y Tikehau, atolones pertenecientes al archipiélago de Tuamotu.

Llegar hasta allí significa una experiencia inolvidable, ya que se puede apreciar a lo largo de decenas de kilómetros un rosario de islotes de coral alrededor de una laguna turquesa. En este territorio nació el cultivo de la famosa perla de Tahití, altamente valorada por sus tintes negros y brillo intenso.

Al borde del Ecuador y a unos 1.500 kilómetros de Tahití, las Marquesas están formadas por una docena de islas altas de origen volcánico, que surgen de las profundidades del océano como una especie de fortaleza de color verde oscuro. Llegar a las Marquesas significa el encuentro con una cultura en plena renovación y el descubrimiento de una naturaleza intacta. Aquí es donde el pintor francés Paul Gauguin decidió instalarse en 1901 en busca de nuevas inspiraciones para sus lienzos.

CULTURA NATIVA.

Cada una de las islas cuenta con playas paradisiacas y costas excepcionales, pero su interior también esconde abundantes tesoros. A través de excursiones, paseos a pie, en bicicleta o alquilando un auto, es posible descubrir valles y montañas, vestigios arqueológicos, raigambres culturales y una vegetación siempre exuberante, salpicada por ríos y cascadas.

Entre las delicias locales, se destacan los pescados. Uno de los platos típicos se sirve a base de atún crudo marinado en limón y verduras en dados, todo ello regado con leche de coco recién extraída. Los roulottes (puestos ambulantes) y restaurantes lo incluyen en su menú. A ello se suman, naturalmente, las influencias de la gastronomía francesa. De postre, el imperdible es el helado de vainilla.

Otro ícono de la cultura polinesia son sus famosas danzas. Antaño prohibida por los misioneros, hoy es fácil encontrar estas demostraciones en los recibimientos de viajeros o en veladas organizadas por los hoteles. Allí las noches culminan al son de canciones alegres, atuendos coloridos y vaivenes de caderas, un último acercamiento al acervo nativo antes de ir descansar, sabiendo que al día siguiente espera otro día en el paraíso.

CRUCEROS PAUL GAUGUIN

Al momento de elegir cómo recorrer la Polinesia, los cruceros de Paul Gauguin constituyen una conveniente alternativa, teniendo en cuenta el nivel de servicios y costos. “La Polinesia constituye un verdadero oasis en la tierra. Y más allá de su exclusividad, existen posibilidades más accesibles. En este sentido, lo interesante de los cruceros Paul Gauguin es que todos los servicios están incluidos en la tarifa”, indicó Claudia Lamesa de Gorostiaga, gerenta de Venta de Paul Gauguin Cruises, que en nuestro país está representado por Roca Transport System. En este caso, el crucero de lujo incluye hospedaje, todas las comidas y bebidas (también alcohólicas y la reposición del frigobar), servicio a la habitación, propinas y deportes acuáticos, como paddleboard, esnórquel, windsurf, kayak, con provisión de equipos. Por un costo extra, se pueden tomar clases de buceo. Además, vale indicar que Paul Gauguin dispone todos los meses de salidas promocionales. “El barco está especialmente diseñado para navegar las aguas poco profundas de la Polinesia francesa: su bajo calado permite entrar a las lagunas de coral, abrir una marina retráctil y de allí lanzarse a las actividades acuáticas”, explicó la ejecutiva. El crucero está instalado en el destino todo el año, por lo que exhibe una marcada impronta local, lo que comprende la gastronomía y los espectáculos típicos. De este modo, Paul Guaguin ofrece itinerarios de 7 días –el recorrido más recomendado– a dos semanas, recorriendo Tahití, Moorea, Bora Bora, las Marquesas y las Tuamotu, a lo que se suelen sumar las islas Cook. En este contexto, se contempla la posibilidad de pasar una noche en las típicas cabañas sobre el agua. Para acceder a la Polinesia, LAN cuenta con un vuelo semanal que llega los lunes. En el caso de tomar uno de los cruceros –salen los sábados–, se pueden aprovechar los días previos para hacer un programa terrestre en Moorea o Bora Bora. Otra alternativa para llegar a Papeete es viajar a través de Los Ángeles (Estados Unidos), desde donde salen dos vuelos diarios.

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