Sudáfrica era, desde hace algunos años, el viaje en familia que veníamos masticando. Sólo restaba esperar que Alicia, nuestra hija menor, tuviera la edad suficiente para disfrutarlo. Así, cuando movilizados por la cercanía del Mundial de Fútbol surgió la invitación del grupo turístico Sun International y de los hoteles Sabi Sabi -representados por PHC-, el sí no se hizo esperar. El sistema de tres períodos de vacaciones del colegio de los chicos (otoño, invierno y primavera) nos facilitaba el viaje sin mayores dificultades.
Sudáfrica es un país de una gran diversidad de paisajes, culturas y productos turísticos en condiciones de satisfacer a todo tipo de pasajeros. Nuestra elección estuvo orientada al contacto con la naturaleza, por lo que los nueve días de viaje fueron dedicados al Parque Kruger y a las cataratas Victoria (Zambia). Aunque también destinamos un día a Johannesburgo y otro a Sun City.
Los agentes de viajes saben que Sudáfrica no es un destino fácil para organizar individuales, máxime para los que somos del gremio, es decir, para aquellos que solemos recibir algún o todo tipo de “gentilezas” por parte de los proveedores.
Por lo tanto, luego de unas cuantas idas y vueltas operativas, partimos un domingo en South African Airways rumbo a Johannesburgo con el itinerario incompleto, sin vacunas contra la fiebre amarilla ni pastillas contra la malaria, esperando comprarlas en destino: según nos habían recomendado en el Centro Médico del Doctor Stamboulian, los medicamentos sudafricanos tenían menos efectos colaterales.
Así las cosas, llegamos a las 9 -con cinco horas de avance horario- al nuevo Aeropuerto Internacional Oliver Tambo; e hicimos el check-in en un hotel periférico.
Luego partimos a un city tour con la guiada experta de Tom, fruto de una recomendación amistosa en el centro de informes del aeropuerto. Sí, nos habíamos olvidado de pedir un transfer, y llamativamente no es un servicio visiblemente ofrecido en el hall de llegada.
LAS PRIMERAS IMPRESIONES.
Jozi está ubicada en el centro de la provincia de Gauteng, la más pequeña y más poblada del país, y si bien es la ciudad más rica del continente, presenta fuertes contrastes socioeconómicos y urbanos, producto del apartheid y los fuertes movimientos sociales de los ´90. Con Tom visitamos el Carlton Centre, edificio construido en 1973 y el más alto del continente, que cuenta con un mirador para turistas en su piso 50, a 223 m.
Aunque este enclave urbano se construyó cuando esta zona era el centro financiero del continente, los movimientos sociales pos-apartheid de mediados de los ´90 lo marginaron a tal extremo que tiene el triste récord de contar con dos hoteles abandonados de unas 500 habitaciones cada uno, en un radio de cuatro manzanas.
Pese al esfuerzo gubernamental, el centro de Johannesburgo sigue siendo hoy una de las zonas más inseguras del país. Pero, porteños al fin, nos animamos a recorrerlo y tuvimos la extraña experiencia de sentirnos diferentes. Pero muy diferentes: escuchamos hablar en la mayoría de las 11 lenguas oficiales del país -además de la de algunos países vecinos- y no vimos un hombre blanco por horas. En realidad, durante toda nuestra estadía en Jozi, sólo el gerente, la conserje del hotel y la doctora que nos atendió para recetarnos las pastillas contra la malaria eran blancos.
Esos barrios de Johannesburgo definitivamente no son para andar solos, y menos de noche, dato no menor si tenemos en cuenta que el sol se oculta un par de horas antes que en Argentina y las actividades comerciales -incluido shoppings- cierran a las 17.
Ya avanzado el día, Tom desestimó la visita a la mítica Soweto donde se encuentran la casa de Mandela (hoy museo) y la del arzobispo Desmond Tutu.
Sudáfrica: naturaleza intensa, historia profunda I
MARCAS DE FUEGO.
Nos dirigimos así a la prisión de Old Fort, donde tuvimos nuestra primera aproximación a la historia de sangre y fuego con la que se construyó Sudáfrica. Casi todos los líderes importantes de la historia del país -desde Mahatma Gandhi en sus inicios hasta Nelson Mandela, Winnie Mandela, Fatima Meer y la mayoría de los jóvenes activistas de los levantamientos de 1976, así como sudafricanos comunes atrapados en la red de la represión colonial y del apartheid-, han sido encarcelados en estas prisiones. Basta una muestra que da cuenta de la dureza de la época: cualquier persona de color corría el riesgo de ser recluido por infracciones menores, como la de no llevar su tarjeta de identificación.
Algunos de los pabellones devenidos en salas de museo ofrecen presentaciones multimedia que buscan impactar al visitante sobre la historia y la vida en la prisión, aunque la dureza de sus instalaciones, diseñadas con toda la intención de humillar a los prisioneros -principalmente negros-, es suficiente. Hay espacios que merecen un par de horas de silenciosa contemplación (al margen de las guiadas y los tiempos turísticos), de modo de concentrarse para buscar las historias que perduran en cada piedra; la mayoría, de dolor y sufrimiento, y otras de actos heroicos pero seguramente también miserables.
En 1995, ya con Mandela en el gobierno, los jueces de Sudáfrica seleccionaron el complejo carcelario como sede del nuevo Tribunal Constitucional. Con los antiguos edificios para presidiarios y el nuevo Tribunal Constitucional, este sitio presenta una clara yuxtaposición entre los abusos del pasado y la esperanza y el renacer del futuro.
Realmente, luego de volar toda la noche, cinco horas de jet-lag y las dificultades con el idioma, nuestros hijos (Alicia, de seis años; y Ezequiel, de 12) seguían comportándose como en una tarde en Disney. Hasta aquí las dudas se zanjaban a favor del viaje con la prole, pero como a la mañana siguiente partíamos hacia Parque Kruger, dimos el día por terminado.
Johannesburgo tenía sólo siete años de existencia cuando Paul Kruger, presidente de la Zuid-Afrikaansche Republiek, construyó Old Fort en 1893. Esta fortaleza, ubicada en una colina en la parte norte de la ciudad, se creó para intimidar a los extranjeros (uitlanders). Sin embargo, en 1900 los británicos ocuparon Johannesburgo y utilizaron el edificio para encerrar a los soldados boer, y así comenzaría su historia como prisión de castigo, reclusión y abuso de presos de todas las tendencias políticas como sustento del sistema represivo que primó en el país hasta iniciados los ´90. Con el tiempo, otros tres edificios carcelarios fueron construidos fuera de las murallas de Old Fort: la Cárcel de mujeres (Women’s Jail), la de los Pendientes de Juicio (Awaiting Trial Block) y las secciones Cuatro y Cinco (Sections Four and Five). También en el complejo carcelario había segregación racial: los hombres blancos estaban en Old Fort y los negros en los otros tres presidios del recinto.
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