Densha de go! (“¡Vamos en tren!”, literalmente) es un popular videojuego japonés que permite al usuario ponerse en la piel de un motorman, donde para pasar de nivel hay que detenerse de manera precisa en el andén (con un margen de error mínimo, de 30 cm.) en el mismísimo segundo que indica la tabla de horarios. Cualquier similitud con la realidad tokiota no es casualidad. Así, los subtes funcionan con completa eficiencia e incluso hay competencia bajo tierra, con varios operadores. En este punto se destaca la línea JR Yamanote, que de manera circular recorre básicamente todos los barrios imprescindibles: Shinagawa y Nippori (que conecta con los aeropuertos de Haneda y Narita, repsectivamente), Shibuya, Shinjuku, Harajuku, Akihabara, Ueno y Tokyo. Por ello, lo recomendado es estar alojado en estas zonas. Y para manejarse por dentro de esa esfera, lo mejor es aprovechar las combinaciones de la Tokyo Metro Line. Todas las estaciones cuentan con un amplio mapa, donde se calcula el costo del boleto (el mínimo es de 140 yenes, recordando que 100 equivalen a un dólar aproximadamente) de acuerdo a la distancia recorrida. Una excelente idea es comprar una tarjeta Suica o Passmo, que funcionan como un monedero virtual y debitan de manera automática el costo del pasaje, evitando engorrosos cálculos.
Una introducción a Tokio
Si nos mostramos dubitativos frente al esquema del metro, un plano o una indicación, es probable que aparezca algún buen nipón que maneje los rudimentos del inglés y nos ofrezca su ayuda. Aquí vale hacer una salvedad: en general los japoneses no hablan inglés, ergo, no es posible pensar que vamos a resolver las cosas en la lengua de Shakespeare. Pero lo que les sobra a los locales es la amabilidad, por lo que las transacciones e inquietudes comunes se pueden resolver sin problemas con la correcta dosificación de señas, paciencia y sentido común (no olvidarse de empacarlo).
Más allá de una población de 13 millones de personas, en las calles de Tokio no cunde el caos; a lo sumo un hormigueante ir y venir en los puntos neurálgicos. La ciudad es muy extensa y las mareas de autos solo alimentan las grandes avenidas. Entre medio de ellas se encuentran calles peatonales o semipeatonales muy tranquilas, callejuelas empinadas que suben y bajan al ritmo de la orografía, y callejones donde la presencia más amenazante es una máquina expendedora de gaseosas. Desde ya que la inseguridad no es un tema: se puede pasear con total calma por donde fuere y, si nos animamos a vencer nuestros temores más profundos, dejar los celulares desatendidos en las mesas.
De la suciedad en las calles tampoco hay noticias. Lo curioso es que esto se combate con la ausencia total de tachos. Es decir, cuando un peatón genera basura, ya sea un envoltorio, una botella o un pañuelo de papel, debe guardarlo para eventualmente depositarlo en el contenedor correspondiente de la casa, clasificándolo en virtud del reciclaje.
En cuanto a los precios, se puede decir que están a niveles internacionales, en línea con los destinos más tradicionales de Estados Unidos o Europa; desmintiendo en todo caso que Japón sea especialmente oneroso. Un punto muy positivo es el programa de Tax Free para visitantes internacionales, que se implementa de manera muy sencilla en la mayor parte de los negocios y nos permite ahorrar un 8% siempre que la compra sea de, al menos, 5.000 yenes.
Estando precisamente en las antípodas, una pequeña comodidad para el argentino es la facilidad para calcular el horario en nuestro país. Más allá del jet lag, no tan fácil de vencer en un destino que nos propone el aceleramiento de los sentidos, la exacta diferencia de 12 horas (no hay que tocar los relojes analógicos) se percibe más como un equilibrio que como un desfasaje.
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