En un país como Colombia, donde la biodiversidad es tan vasta como su riqueza cultural, la gastronomía también se convierte en una travesía sensorial única. Más allá de los platos típicos como las arepas, la bandeja paisa o el ajiaco, existe un universo culinario menos conocido, quizás más atrevido, pero profundamente arraigado en las costumbres de distintas regiones.
5 platos exóticos de Colombia que debes probar al menos una vez en la vida
Descubre cinco platos exóticos de Colombia que revelan la riqueza cultural y gastronómica del país a través de experiencias memorables.
Estos platos exóticos reflejan la diversidad gastronómica de Colombia y la riqueza cultural que se sirve en cada mesa.
Son sabores que parecen extravagantes al paladar urbano, pero que en muchas comunidades son tradición, supervivencia y orgullo. Aquí te presentamos cinco de los platos más exóticos de Colombia que, aunque puedan causar sorpresa a primera vista, merecen al menos una probadita en la vida.
1. Mojojoy: la larva que conquistó el paladar del Amazonas
En lo profundo de la selva amazónica, habita uno de los bocados más exóticos del país: el mojojoy. Se trata de una larva blanca, gruesa y de textura carnosa que crece en el interior de las palmas. Es considerado un manjar ancestral por los pueblos indígenas como los ticuna y los huitoto.
El mojojoy es posible comerlo vivo, asado o relleno. Su versión más popular en las ciudades amazónicas como Leticia es a la brasa, con una pizca de sal, servida con yuca o plátano. Al morderlo, la textura es crujiente por fuera y suave por dentro, con un sabor que recuerda a la mantequilla con nuez.
Algunos restaurantes gourmet de Bogotá y Medellín incluso han comenzado a incorporarlo en sus cartas, revalorizando este ingrediente que, por siglos, fue parte de la dieta indígena y que hoy despierta la curiosidad de turistas y chefs por igual.
2. Hormigas culonas: un crujiente legado santandereano
Las hormigas culonas son probablemente el bocadillo exótico más famoso de Colombia. Provenientes de los cerros de Santander, estas hormigas aladas de gran tamaño han sido consumidas por generaciones en municipios como Barichara, San Gil y Bucaramanga, donde son consideradas un auténtico tesoro gastronómico.
La cosecha se realiza entre marzo y abril, durante la temporada de lluvias, cuando las hormigas salen del subsuelo para aparearse. Tras ser recolectadas a mano, se les quitan las alas y se tuestan con sal en enormes ollas de barro. El resultado es un snack crocante, con sabor que algunos comparan con el maní tostado o el tocino.
Se venden en bolsas pequeñas, se sirven como entrada o acompañamiento, y hasta se regalan como souvenir gourmet. Pero para los santandereanos, las hormigas culonas son mucho más que un producto turístico, son símbolo de resistencia y de herencia indígena.
3. Cuy asado: tradición andina con sabor ancestral
Quienes han viajado por el altiplano cundiboyacense o por los valles nariñenses, seguramente se han topado con un plato que genera tanto asombro como curiosidad: el cuy asado. Este pequeño roedor, domesticado hace miles de años por las culturas andinas, es hoy una delicia de alto valor ceremonial y culinario.
En departamentos como Nariño y Cauca, el cuy se sirve en ocasiones especiales, acompañado de papas criollas, ají de maní y ensalada. Su preparación es meticulosa: se marina con ajo, comino, cerveza o chicha, y se asa entero en brasas hasta que la piel queda crujiente y la carne jugosa.
Aunque para algunos la idea de consumir un animal considerado mascota genera rechazo, para muchas comunidades es un alimento sagrado, cargado de profundo significado simbólico.
4. Sopa de criadillas: un caldo para valientes
La sopa de criadillas, también conocida como caldo de ministro, es originaria del departamento del Tolima, especialmente en su zona sur. Este plato tradicional se elabora con los testículos de toro o ternero como ingrediente principal, acompañados de papas, ajo, cebolla, comino y, en algunas variantes, leche o leche de coco.
Algunos ingredientes, según creencias populares, tienen propiedades afrodisíacas, lo que le ha conferido cierta fama entre los locales. Su preparación requiere tiempo y dedicación: las criadillas se limpian cuidadosamente, se hierven hasta que adquieren una textura suave y gelatinosa, y se combinan con los demás ingredientes para crear un caldo espeso y reconfortante.
En plazas de mercado es una opción frecuente en los menús. Algunos lo consumen para “levantar el ánimo” después de una noche de fiesta, otros lo consideran una receta medicinal y revitalizante.
5. Pepitoria: el arte de cocinar con vísceras
En San Gil, la capital turística de Santander, hay un plato que es motivo de orgullo local: la pepitoria. Se prepara con las vísceras de la cabra, hígado, riñones, corazón y pulmones que se pican finamente y se cocinan con arroz, cebolla, achiote, comino y, en ocasiones, sangre del mismo animal.
Aunque suena extrema para algunos, la pepitoria es un platillo exquisito para los que saben apreciarlo. Su sabor es intenso, especiado, y se equilibra con la textura suave del arroz.
Se sirve en las celebraciones más importantes y es infaltable en los asados campesinos de la región. Más que un simple guiso, la pepitoria es una declaración de identidad: habla de un pueblo que no desperdicia nada, que transforma lo humilde en festín.
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